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Ivan Fisher: el hombre tranquilo que sacude a Mahler

El Festival Internacional de Música y Danza de Granada celebra su 74º edición proponiendo nuevos recorridos por viejos lugares. Aquel que en alguna ocasión lo haya visitado sabrá que en el punto de partida está el paisaje, que es parte intrínseca de un evento musical que suena, por supuesto, pero que también se refleja, a veces de manera obsesiva sobre espacios y personas. Lo apunta, Paolo Pinamonti en su primer año como director del festival sustituyendo a Antonio Moral, al advertir que hay guiños inevitables. Él los llama 'especificación identitaria' del festival o, lo que es igual, referencias a las que cualquiera debe ceñirse porque configuran una seña de identidad.Entre el 19 de junio y 13 de julio hay veintisiete días en los que se distribuyen más de 100 eventos, muchos de ellos incluidos en el FEX, cantera de la programación oficial que, desde 2004, se dispersa por la ciudad y la provincia, ofreciendo gratuitamente programas destinados a convencer musicalmente a otros públicos. Pinamonti mantiene la estructura tradicional en ciclos con varios argumentos de lectura transversal añadiendo un prólogo de calado educativo en colaboración con distintas instituciones públicas. La ópera 'Cenicienta' de Rossini ha involucrado a más de 3.000 alumnos de Educación Primaria de la provincia de Granada concluyendo en cinco funciones escolares y una abierta al público. En los próximos años se espera ampliar la iniciativa a la provincia, con el fin de promover la curiosidad por música y las artes escénicas.De manera inédita, este año tiene un particular protagonismo el cine y la ópera con sesiones de cine mudo que presentan a 'Carmen' emparejada con 'Pagliacci' de Leoncavallo y 'The Circus' de Chaplin. Otros caminos temáticos sirven para rememorar varios de los aniversarios musicales de 2025 y de ahí que se incida en la música de Alessandro Scarlatti, Georges Bizet, Maurice Ravel, Ricardo Viñes, varias obras del siempre obligado Manuel de Falla, Pierre Boulez, Luciano Berio y el maestro granadino Juan Alfonso García, sobre el que habrá oportunidad de escribir. Al lado de intérpretes que conocen el festival se presentan otros que vienen por primera vez: los organistas Michel y Yasuko Bouvard; Alexandre Tharaud, pianista minucioso y curioso, quien ha publicado varios textos explicando su singular relación con el instrumento; la popular soprano norteamericana Sondra Radvanovsky, bien conocida en salas de conciertos y teatros españoles, y la mezzo Georgina Ketevan Kemoklidzea, quien alguna vez ha dejado hueco en su bien asentada carrera internacional para hacer curiosas incursiones en la zarzuela.Noticia Relacionada Crítica de ópera estandar Si La arrolladora Nadine Sierra le da la vida a Violetta Valéry Alberto González Lapuente 'La traviata' se estrena en el Teatro Real. Hay que ver esta producción de Willy Decker, estrenada en Salzburgo hace 20 años, sobre el escenario para entender toda su fuerzaPero en el universo que este año conforma el Festival de Granada siguen ocupando una posición central y definitoria los conciertos en la Alhambra y, particularmente, en el palacio de Carlos V en donde se programan las sesiones sinfónicas. Las novedades de la edición se refieren a la presentación de varias agrupaciones y directores nunca escuchados anteriormente: la Orquesta y Coro de la Accademia di Santa Cecilia, de Roma con su titular Daniel Harding y dos programas incluyendo el monumental 'Requiem' de Verdi; la Orquesta de la Radio de Stuttgart con su también titular Andrés Orozco-Estrada y el pianista francés Alexander Kantorow en una doble actuación dedicada a Brahms; y la Orquesta del Festival de Budapest con Ivan Fisher en sesión única dedicada monográficamente a Gustav Mahler.'Canción de la tierra'Fue en la templada noche del viernes cuando se reunieron dos obras casi contemporáneas y representativas del desconsuelo mahleriano. Los 'Kindertotenlieder' (1905) se escucharon en la voz de la mezzo alemana Gerhild Romberger, colaboradora de Fisher y protagonista en algunas de sus grabaciones, con la tercera sinfonía y la 'Canción de la tierra'. En ellas se pone de manifiesto la voz profunda, el timbre oscuro y un especial cuidado en la traducción musical del texto, tan revelador cuando se trata de los inquietantes versos de Friedrich Rückert, cuya vivencia personal dio sentido a los 425 poemas de la colección. Que Mahler seleccionara solo cinco da idea de un proceso de concentración al que la música ilumina de forma íntima y emotiva. Romberger gastó muchas energías en encontrar la inflexión adecuada con forzadas incursiones en el falsete y descensos a graves opacos. Su actuación fue apoyada por una orquesta aún deslavazada en una sonoridad dispersa. Un amago de aplauso surgió cuando todavía la obra no había terminado, y poco después, mientras todavía la resonancia final seguía viva, se añadieron todos los espectadores, lo que sorprendió a la solista que hizo una mueca de extrañeza e incredulidad. El aplauso rápido es algo que se practica con mucha devoción en los conciertos sinfónicos granadinos. Más aún cuando los finales son contundentes como en la quinta sinfonía (1902) de Mahler. Ivan Fisher y la Orquesta del Festival de Budapest tienen una relación especial con esta obra desde que el director creo la agrupación 1983 junto con el pianista y también director Zoltán Kocsis. Casi medio siglo después, la interpretación ha alcanzado perfiles muy particulares, dominados por la serenidad y los resabios de vieja escuela. Los acentos convertidos en simples realces, la calidez melódica, los relajados finales de frase, la sustanciosa expresividad de las anacrusas… son cimientos sobre los que crece la interpretación. En el arco que forma el primer movimiento está la suavidad en el ataque de los «sforzandi» de la fanfarria inicial, el refinamiento un tanto insípido y desde luego al margen de lo que sería pronosticable, la manera resguardada de exponer el tema inmediato, los 'glissandi' que desembocan en la coda final, o el 'pianissimo' en el que muere.Vino luego un 'scherzo' de sonido contenido, y el tercer movimiento en el que Mahler coloca al primer trompa como 'solista obbligato'. Fisher apoya la idea situándolo en la parte delantera, a su lado, en una posición definitivamente protagonista. La calidad y la limpieza del trompa Dávid Bereczky, de irreprochable emisión, reforzada por curiosas variaciones en la posición del pabellón, explica la solvencia de los músicos que forman esta orquesta, técnicamente poderosa y musicalmente personal. De ahí que sobrepuestos a una primera parte del concierto simplemente suficiente, se pudiera concluir en una segunda definitivamente poderosa. Es en este punto donde hay que recordar el sentido finalista que se le dio al 'adagio', cálidamente interpretado por la cuerda y el arpa, y su apertura hacia un último movimiento rotundamente definitivo, expansivo, expectante, convincente. A lo largo de la interpretación, fueron varios los momentos en los que la elegancia del acabado dejó en el aire una sensación un tanto decepcionante, pero muchos más en los que la superioridad musical de la propuesta resultó incuestionable. En definitiva, tan original como para reconocer que, si otro mundo mahleriano es posible, en él están Fisher y sus músicos.

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